jueves, enero 18, 2007

Mi encuentro con Alfredo



La voz oscura, me hablaba desde la oquedad que, después, reconocería.
Una voz oscura y determinante. Una voz de pocas palabras que me invitaba a ir a su encuentro.
- Alfredo Zitarrosa te habla…

La voz oscura, me hablaba desde la oquedad que, después, reconocería.
Una voz oscura y determinante. Una voz de pocas palabras que me invitaba a ir a su encuentro.
- Alfredo Zitarrosa te habla…
El violín de Becho, Doña Soledad, Candombe del olvido, Milonga de ojos dorados….Stephanie…Todas las canciones se agolparon en el mismo sonido y en el mismo palpitar...”¡Alfredo Zitarrosa llamándome!”…

Yo me encontraba en la Sección Consular de la Embajada de Venezuela en la República Oriental de Uruguay, trabajaba allí. La noche anterior, en el barrio montevideano de Pocitos, el Frente Amplio se reunió con Liber Seregni, y yo vecina del lugar, tuve la dicha de cantar unas canciones de Venezuela en esa reunión…Alguien me susurró al oído, y al mismo tiempo su mano cómplice señaló hacia el rincón, para que volteara pronto a conocer a quien siempre había admirado…Allí estaba el cantor de milongas, el símbolo de la resistencia trashumante del pueblo oriental…el comunista que admiraba desde que puse mi empeño en la solidaridad con Argentina, Uruguay y Chile, en tiempos de diásporas y tortura…

Cuando me dispuse a conocerle, a acercarme…Ya no estaba…Solo me quedó en la retina la figura también oscura, dentro de un sobretodo de la misma oscuridad, envuelto en ese persistente humo de cigarrillo que despedía sin piedad…
Al día siguiente…su llamada a la Sección Consular…

- Quisiera invitarla a mi casa para proponerle cantar la segunda voz de la versión La Gota de Rocío de Silvio Rodríguez que estoy preparando…

No sabía qué decir…o sí sabía; incertidumbre, desconcierto, asombro…

Al día siguiente me acerqué con mi hijo Pablo a su departamento.
Golpeé…Un rato después abrió la puerta…Apareció desde la penumbra, envuelto en una bata de baño…Los ojos a punto de humedad, las manos con tono de cigarro…y ese perfil que canta aún en silencio… Me mostró el camino que me llevó hasta el mueble donde me instalé junto a mi hijo. Recuerdo su mano sobre el cabello de Pablo mientras nos convidaba a sentarnos alrededor de una mesa servida de té…

Poco a poco pude visualizar los detalles de la sala…La retina fue divisando los objetos, espacios sin color… un “rack” atrapado en la pared con “riles” de cintas congeladas en un sonido…un escritorio que no recuerdo con exactitud que saltó a mi encuentro, voraz y deprimido, apuntando a la nada con su boca de revolver…



El susto no me cegó…La admiración y la cercanía me conquistaron las esperas…Alcanzaba a ver al mítico poeta, con su tristeza en los hombros que caminaba hacia las cortinas que se despabilaban con el arrebato de su mano para que las conquistara el sol…Moscas revoloteando entre los incipientes rayos de luz, saltaron y me recordaron a Machado y “a todas las cosas”; quizás desde cuándo las siluetas de la habitación se sumergían en las tinieblas…

Sonaba el teléfono, el timbre se suspendía en su ánimo; batía las manos esperando que se despejara de la atmósfera…

Nos sentamos…Me hizo escuchar la canción Gota de Rocío en su voz… Y mi garganta fue imaginando armonías en esa magia…y sentí que se abría un sendero para mi canto y mi voz…Escuché su lapidaria sentencia sobre mi ausencia cantora…y me repitió lo que otro grande de Uruguay, Atahualpa del Chopo, había escrito una vez: el talento dejó de ser un privilegio para convertirse en una responsabilidad…

Nos citamos para empezar la labor… Pero antes de partir, me regaló “al paisito oriental” de su fe resquebrajada de salud y tristeza, pero nunca desaparecida…Me tomó la mano e incrustó en ella el cuarzo-tesoro que hoy está en la biblioteca de mi padre, un cuarzo natural, réplica del mapa oriental…
El teléfono volvía al ataque…. Su “rin” continuaba invadiendo el recinto pero él no estaba dispuesto a responder…
Lo vi nuevamente, lo retraté, lo reconocí en su figura de estampa gardeliana que cantó milongas como ninguno… y como ninguna….Pensé en la humanidad del cantor sometida a heridas del destierro, pensé en su diáspora interior; en el dolor de su gente convertido en grietas de su piel, en la tortura, en la barbarie; pensé en orquestar con mi aliento cantor, el adagio a su dignidad…Pensé en la Venezuela de Alí Primera, que le interpretó su canto oriental y amigo; pensé en mi hijo, y en la familia de mi hijo; y en los hijos de Artigas, de Benedetti, de Galeano, de Viglietti, de Juana de Ibarburu; pensé en el hacha que había hecho partículas, átomos de dolor a la gran familia del país del sur… Pensé agolpadamente en la batalla aún sin librar…por la “poesía de ser” que sigue cantando en la historia de Alfredo…
Mientras todo esto pasaba por mi ánimo, mi razón y mi piel, Zitarroza se iba despidiendo...El timbre del teléfono seguía insistiendo en ser tomado en cuenta…y harto de tanta impertinencia (que no nos dejaba sentir ni pensar en un buen “hasta luego”, con mañana incluido)…le pidió a Pablo que respondiera. Contento por la tarea asignada, el chamo contestó tal y como Zitarrosa le había pedido: “decile que no rompan las pelotas”…
Me fui tarareando la Gota de Rocío, que jamás grabamos…mientras en el alma cantaba este testimonio de su poesía:

Hoy que el tiempo ya pasó,
hoy que ya pasó la vida,
hoy que me río si pienso,
hoy que olvidé aquellos días,
no sé por qué me despierto
algunas noches vacías
oyendo una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.

Murió dos semanas después, un 17 de enero de 1989…

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